Posición de la III Internacional Comunista sobre la mujer trabajadora.
Como aporte a la conmemoración del próximo 8 de marzo, Día
Internacional de la Mujer publicamos el siguiente material elaborado por
la Tercera Internacional Comunista bajo
la dirección de una gran revolucionaria como lo era Clara Zetkin,
miembro del Comité ejecutivo de la misma. Nos parece una importante
síntesis de un momento que sirve de material para el debate junto a
otros documentos que el movimiento en defensa de los derechos de la
Mujer ha producido a lo largo de la historia.
DIRECTRICES PARA EL MOVIMIENTO COMUNISTA FEMENINO – 1920
El II Congreso de la III Internacional hace suya la resolución del I
Congreso acerca de la necesidad de dar consciencia de clase a las
grandes masas de mujeres proletarias, de educarlas en los ideales
comunistas, de convertirlas en compañeras de lucha y en seguras y
decididas colaboradoras hacia el comunismo. La vigorosa
participación de las proletarias en las luchas revolucionarias por
la superación del capitalismo y la realización del comunismo es del todo
indispensable. Y es necesario para que todas las mujeres sean
capaces de desarrollar plenamente su personalidad, con la
solidaridad de todo el cuerpo social, mediante la educación, ya sea en
la actividad profesional o en la de madre, de forma que les sean
asegurados todos sus derechos sociales. Y es necesario, para que el
proletariado sea cada vez más compacto y fuerte en la lucha
revolucionaria contra el sistema burgués y en la construcción
revolucionaria del nuevo sistema, que sean creadas las condiciones
sociales para la consecución de este objetivo.
II
La
historia del pasado y del presente nos enseña que la propiedad privada
es la última y más profunda causa de la situación de privilegio del
hombre frente a la mujer. La aparición y consolidación de la propiedad
privada son las causantes de que la mujer y el niño, al igual que los
esclavos, pudiesen convertirse en propiedad del hombre. Por esta causa
ha aparecido la dominación del hombre por el hombre, la
contradicción de clase entre ricos y pobres, entre explotadores y
explotados; debido a ello pudo producirse la relación de dependencia
de la mujer en cuanto esposa y madre del hombre, su subordinación al
hombre, su inferioridad en la familia y en la vida pública.
Esta relación todavía sigue existiendo en nuestros días entre los
llamados pueblos avanzados; se manifiesta en las costumbres, en las
leyes con la privación de derechos, o como mínimo en la inferioridad del
sexo femenino ante la ley, en su posición subordinada en el seno de la
familia, en el Estado y en la sociedad, en su condición de
tutelada y en su menor desarrollo espiritual, en la insuficiente
valoración de sus prestaciones maternas y de su significado para la
sociedad. En los pueblos de cultura europea, este estado de cosas ha
sido consolidado y promovido por el hecho de que, con el desarrollo del
artesanado corporativo, la mujer queda desplazada de los
sectores de producción de bienes industriales en la sociedad y relegada a
desempeñar su actividad en la economía familiar, sólo para su propia
familia,
Para que la mujer llegue a obtener la plena
equiparación social con el hombre -de hecho y no sólo en los textos de
leyes y sobre el papel- para que pueda conquistar como el hombre la
libertad de movimiento y de acción para todo el género humano,
existen dos condiciones indispensables: la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción y su sustitución por la propiedad
social, y la inserción de la actividad de la mujer en la producción de
bienes sociales dentro de un sistema en el que no existan ni la
explotación ni la opresión. Solamente la realización de
estas dos condiciones hace que sea imposible que la mujer, como esposa y
como madre, quede subordinada económicamente al hombre en la familia, o
que por la contradicción de clase existente entre explotadores y
explotados caiga, en tanto que proletaria y obrera de la industria, bajo
el dominio y la explotación económica del capitalista. De hecho, estos
supuestos, excesivos y unilaterales, tanto en la economía doméstica y en
la maternidad como en la actividad profesional, paralizan cualidades y
energías preciosas de la mujer y hacen imposible que se armonice, los
dos ámbitos de sus deberes. Sólo la actuación de estas dos premisas
garantiza a la mujer el desarrollo multiforme de su capacidades y de sus
energías, y le permite actuar con iguales derechos e iguales deberes
como trabajadora y creadora en una comunidad de trabajadores y
creadores, equiparados a su vez en derechos y deberes, y vivir
plenamente su actividad de obrera y de madre de forma armoniosa.
III
Las reivindicaciones del movimiento femenino burgués han demostrado
ser impotentes para garantizar los plenos derechos de todas las
mujeres.
Naturalmente, el afianzamiento de estas reivindicaciones reviste un significado que no debe ser subvalorado, ya que, por una parte, la sociedad burguesa y su Estado abandonan oficialmente el viejo prejuicio de la inferioridad del sexo femenino y, por otra, con la equiparación de la mujer reconocen su igualdad social. Sin embargo, en la praxis, la realización de las reivindicaciones femeninas conduce esencialmente a una modificación del sistema capitalista en favor de las mujeres y las adolescentes de las clases poseedoras, mientras la abrumadora mayoría de proletarias, de las mujeres del pueblo trabajador, se ven tan expuestas como antes, en su calidad de oprimidas y explotadas, a que se manipule su personalidad y a que se menosprecien sus derechos y de sus intereses.
Naturalmente, el afianzamiento de estas reivindicaciones reviste un significado que no debe ser subvalorado, ya que, por una parte, la sociedad burguesa y su Estado abandonan oficialmente el viejo prejuicio de la inferioridad del sexo femenino y, por otra, con la equiparación de la mujer reconocen su igualdad social. Sin embargo, en la praxis, la realización de las reivindicaciones femeninas conduce esencialmente a una modificación del sistema capitalista en favor de las mujeres y las adolescentes de las clases poseedoras, mientras la abrumadora mayoría de proletarias, de las mujeres del pueblo trabajador, se ven tan expuestas como antes, en su calidad de oprimidas y explotadas, a que se manipule su personalidad y a que se menosprecien sus derechos y de sus intereses.
Mientras
el capitalismo exista, el derecho de la mujer a disponer libremente de
su patrimonio y de su persona representa solamente el último
estadio de emancipación de la propiedad y de las posibilidades de
explotación de las proletarias por parte de los capitalistas. El
derecho de la mujer a la misma formación y profesión que el
hombre puede alcanzar, abre a las mujeres de los poseedores los llamados
sectores profesionales superiores, poniendo con ello en acción el
principio de la concurrencia capitalista, con la que se agudiza el
contraste económico y social entre los sexos. Finalmente, la más
importante y grandiosa de las reivindicaciones feministas -la que
proclama la plena equiparación política de los dos sexos, y en
particular el reconocimiento del derecho de voto tanto para elegir como
para ser elegida- es decididamente insuficiente para asegurar derechos y
libertad a las mujeres pobres o de pocos posibles.
Con la
perduración del capitalismo, el derecho de voto representa solamente la
consecución de una democracia política puramente formal, burguesa, y no
de una democracia real, económica, social, proletaria. El derecho de
voto general, igual, secreto, directo, activo y pasivo para todos
los adultos significa solamente que la democracia burguesa ha llegado a
su último grado de desarrollo y que este voto se convierte por tanto en
el fundamento y la cobertura de la forma política más completa de
dominio de clase por parte de los poseedores y explotadores. Este
dominio de clase se intensifica en el actual período de
imperialismo, de desarrollo social revolucionario -a pesar del derecho
de voto democrático- hasta convertirse en la dictadura de clase
más violenta y brutal contra los proletarios y los explotados. Este
derecho de voto no elimina la propiedad privada de los medios de
producción, y por tanto no elimina tampoco la contradicción de
clase entre burguesía y proletariado; y no suprime la causa de
subordinación económica y explotación de la gran mayoría de mujeres y
hombres ante una minoría de mujeres y hombres poseedores. El
derecho de voto solamente esconde esta dependencia y esta explotación
con el engañoso velo de la equiparación política. Tampoco la
plena equiparación política puede ser el objetivo final del movimiento y
de la lucha de las mujeres proletarias. Para ellas la consecución del
derecho de voto y de elegibilidad sólo es uno más entre los distintos
instrumentos que les posibilitan poderse reunir, prepararse para el
trabajo y la lucha con vistas a la construcción de un orden social
emancipado del dominio de la propiedad privada sobre los hombres que
sea, después de la abolición de la contradicción de clase entre
explotadores y explotados, una ordenación social de trabajadores libres,
con iguales derechos y deberes.
IV
El comunismo es el
único sistema social que reúne estas exigencias y, con ello,
garantiza plena libertad y justicia a todo el sexo femenino. El
fundamento del comunismo es la propiedad social de los grandes medios
que dominan la economía social, de la producción y distribución de
bienes, del intercambio. El comunismo, aboliendo la propiedad privada de
estos medios, elimina la causa de la opresión y explotación del hombre
por el hombre, el contraste social entre ricos y pobres, explotadores y
explotados, dominadores y oprimidos, y por tanto también el
contraste económico y social entre hombre y mujer. La mujer, en
cuanto miembro de la sociedad, de la administración y de la explotación
de los medios de producción y distribución de la sociedad,
disfruta al lado del hombre de los productos materiales y
culturales, de su empleo y utilización y queda solamente sometida en
su desarrollo y en su actividad al vínculo de solidaridad colectiva,
pero no, porque es mujer, a la persona de un solo hombre o a la pequeña
unidad moral que es la familia; y mucho menos sometida a un capitalista
ansioso de beneficios y a una clase dominante de explotadores.
La
ley más importante de la economía comunista es la satisfacción de la
necesidad de bienes materiales y culturales de cada miembro de la
sociedad, según las máximas posibilidades que permitan el nivel de
producción y la cultura. Este objetivo solamente puede ser
alcanzado imponiendo la obligación de trabajar a todos los adultos sanos
y normales, sin discriminaciones de sexo. Solamente puede ser
alcanzado en una organización social que reconozca la igualdad de
todo trabajo útil y socialmente necesario, que valore también la
actividad materna como prestación social, una organización que
predisponga las condiciones de desarrollo de sus miembros desde su
nacimiento, dentro del ámbito de un trabajo social libre, y
promueva el máximo desarrollo consciente de las facultades
productivas.
V
El comunismo, el gran emancipador del sexo
femenino, no puede ser solamente el resultado de la lucha común de las
mujeres de todas las clases por la reforma del sistema burgués en la
dirección indicada por las reivindicaciones feministas, no puede ser
solamente el resultado de una lucha contra la posición
social privilegiada del sexo masculino. El comunismo sólo y únicamente
puede ser realizado mediante la lucha común de las mujeres y hombres del
proletariado explotado contra los privilegios, el poder de los hombres y
mujeres de las clases poseedoras y explotadoras. El objetivo de esta
lucha de clases es la superación de la sociedad burguesa, del
capitalismo. En esta lucha el proletariado puede estar seguro de
conseguir la victoria si logra despedazar el poder de la burguesía
explotadora mediante acciones revolucionarias de masas, si logra
despedazar el dominio de clase de la burguesía sobre la economía y el
Estado mediante la conquista del poder político y la instauración de su
dictadura de clase en el sistema de consejos (soviets). El estadio
inicial inevitable de la sociedad comunista formada por trabajadores con
iguales derechos e iguales deberes no es la democracia burguesa, sino
su superación mediante el dominio de clase proletario, mediante el
Estado proletario. En la lucha por la conquista del poder del Estado,
las clases dominantes y explotadoras ponen en movimiento, contra la
vanguardia del proletariado, los instrumentos más brutales de su
dictadura de clase. Las acciones de masas de los explotados y de los
oprimidos desembocan en la guerra civil.
La victoria del
proletariado gracias a las acciones de masas revolucionarias y a la
guerra civil, no puede concebirse sin la participación consciente,
entregada y resuelta de las mujeres pertenecientes al pueblo trabajador.
Estas, de hecho, representan la mayoría, o a la enorme mayoría, de la
población trabajadora de casi todos los países desarrollados, y su papel
en la economía social y en la familia es a menudo decisivo para el
éxito de las luchas de clase entre explotadores y explotados, así como
para el comportamiento de los mismos proletarios en esta lucha. La
conquista del poder político por parte del proletariado debe ser también
obra de las proletarias comunistas. Este mismo principio sigue siendo
válido después de la consolidación de la dictadura de la clase
proletaria, para la construcción del sistema de consejos, para la
construcción del comunismo. Esta profunda y gigantesca transformación de
la sociedad, de su base económica, de todas sus instituciones, de toda
la vida moral y cultural, no puede ser posible sin la activa e iluminada
participación de las masas de mujeres comunistas. La colaboración de
estas masas representa no sólo una importante contribución a la
realización del comunismo, sino también una rica aportación de
multiformes servicios. Este trabajo es una premisa para el necesario
incremento de la riqueza social de la sociedad y para el aumento,
mejora y profundización de su cultura.
Del mismo modo como la
lucha de clase revolucionaria del proletariado en cada país es una lucha
internacional y alcanza su cima en la revolución mundial,
también la lucha revolucionaria de las mujeres contra el capitalismo y
contra su estadio superior de desarrollo, el imperialismo, la lucha por
la dictadura del proletariado y la consolidación de la dictadura de
clase y del sistema de consejos, deben ser entendidas a nivel
internacional.
VI
El espantoso crimen que representa
la guerra mundial imperialista de los grandes estados capitalistas y
las condiciones que ha creado, han agudizado al máximo las
contradicciones sociales y las penalidades de la mayoría de las mujeres.
Estas son las inevitables consecuencias del capitalismo, y sólo pueden
desaparecer con su destrucción. Esta situación no es solamente la
de los países beligerantes, sino también la de los Estados
neutrales, que en su conjunto se han visto más o menos afectados por
el sangriento carrusel de la guerra mundial y sus efectos. La
inmensa tensión y el continuo aumento de los precios imposibles de los
alimentos de primera necesidad y los alquileres, de los medios de
subsistencia de muchos millones de mujeres, hace que sus preocupaciones,
sus privaciones, sus penas y dolores en su vida de obreras,
amas de casa y madres lleguen a ser insoportables. La escasez de casas
se ha convertido en una terrible plaga. El estado de salud de
las mujeres en concreto continúa empeorando cada vez más, tanto por la
subalimentación crónica que padecen, como por la fatiga del trabajo en
la fábrica y en la economía doméstica. El número de madres que dan a luz
niños sanos y vigorosos está disminuyendo cada vez más. La mortalidad
infantil sube de forma inquietante; males y enfermedades, consecuencias
de la insuficiente nutrición y de las míseras condiciones de vida en
general, son el destino de centenares de miles, incluso millones de
niños proletarios, y la desesperación de sus madres.
Un peculiar
fenómeno está agudizando las penalidades de las mujeres en todos los
países en los que el capitalismo mantiene su dominio. Durante la guerra,
el trabajo profesional de las mujeres había registrado un aumento
extraordinario. En los países beligerantes estaba entonces vigente el
slogan: las mujeres en los primeros puestos de la economía, de la
administración y de todas las actividades culturales. El prejuicio
contra el «sexo débil, poco dotado y atrasado» quedaba sofocado por el
sonido de las trompetas triunfales y del rugido del poder y de la
explotación del imperialismo, estadio máximo del capitalismo
internacional. La necesidad de ganar dinero, la mentira de la defensa de
la patria junto con la ansiedad de la ganancia capitalista, empujaron a
masas de mujeres a emplearse en la industria y en la agricultura, en
el comercio y en los negocios. En todos los sectores de la
administración local y estatal, en los llamados servicios públicos y
en las profesiones liberales, el trabajo de las mujeres aumentaba día
a día.
Ahora, cuando la industria capitalista se ha visto
disgregada por la guerra mundial, cuando el capitalismo todavía
dominante se muestra impotente para reconstruir la economía según las
necesidades materiales y culturales de las grandes masas trabajadoras,
cuando la caída de la economía y su sabotaje consciente por parte de los
capitalistas ha provocado una crisis de estancamiento de la producción y
una desocupación como nunca se había visto; ahora, decimos, las mujeres
son las primeras víctimas, y las más numerosas, de esta crisis. Los
capitalistas y la administración estatal y local capitalista tienen
mucho menos miedo a la mujer en paro que al hombre en paro, ya que la
primera es como mínimo políticamente ignorante y está desorganizada.
También tienen en cuenta el hecho de que la mujer en paro puede
llevar al mercado y vender, como última mercancía, su propia
feminidad. En todos los países en los que el proletariado no ha
conquistado el poder mediante su lucha revolucionaria, resuena hoy con
nueva fuerza el slogan: ¡fuera las mujeres de los puestos de trabajo,
que vuelvan al sitio que les corresponde, que es la casa! Un slogan que
resuena incluso dentro de los sindicatos, que obstaculiza y hace más
ardua la lucha por la paridad del salario y la paridad de prestaciones
para ambos sexos, al tiempo que a su lado renace la ideología
pequeño-burguesa-reaccionaria de la «única profesión
auténticamente natural» y la inferioridad de la mujer. Como fenómeno
paralelo a la creciente desocupación y a la miseria de innumerables
mujeres, se registra una intensificación de la prostitución en sus
formas más variadas, desde el matrimonio por conveniencia hasta la cruda
venta del cuerpo femenino bajo la forma de «trabajo a destajo»
sexual.
La tendencia a echar cada vez más a la mujer del campo
de trabajo social está en estridente contradicción con
la creciente necesidad de amplias masas femeninas de una actividad
autónoma, lucrativa y satisfactoria. La guerra mundial ha
matado a millones de hombres y ha convertido a otros tantos en
inválidos parciales o totales, necesitados de cuidados y de asistencia;
la disgregación de la economía capitalista no consiente que millones de
hombres puedan cubrir las necesidades de la familia con lo que les
produce su propio trabajo. La tendencia mencionada está en abierta
contradicción con los intereses de la abrumadora mayoría de los miembros
de la sociedad. Sólo utilizando en los más distintos sectores de
actividad todas las energías y capacidades de las mujeres, la
sociedad conseguirá compensar la inmensa destrucción de bienes
materiales y culturales provocada por la guerra, y aumentar en la justa
medida su riqueza y su cultura.
Esta fuerte tendencia a echar a
la mujer de la producción de los bienes sociales y de la cultura
encuentra su última razón en el ansia de beneficio del capital, que
quiere perpetuar su poder de explotación. Demuestra la irreconciabilidad
de la economía capitalista, del orden burgués, con los intereses más
profundos de la abrumadora mayoría de las mujeres y de los miembros de
la sociedad en general.
Para hacer frente a todas las necesidades
más urgentes de las mujeres -que son el inevitable resultado de
la naturaleza explotadora y opresiva del capitalismo- existe una sola
vía. La guerra ha agudizado al máximo estas necesidades,
convirtiendo a inmensas masas femeninas en sus desventuradas víctimas.
Pero no son fenómenos transitorios que desaparecerán con la paz,
sino que no debe olvidarse que la supervivencia del capitalismo
amenaza constantemente a la humanidad con nuevas guerras de conquista
imperialistas, cuyas señales son ya hoy evidentes. Los millones de
proletarias, mujeres del pueblo trabajador, sienten del modo más
oprimente el malestar social, puesto que en ellas coincide su
situación de clase en cuanto explotadas y la situación de inferioridad
intrínseca de su sexo, lo que las convierte en las víctimas más
duramente golpeadas por el orden capitalista. Sin embargo, sus afanes y
sus penalidades sólo son fenómenos concretos del destino general
de la clase proletaria explotada y oprimida, y ello sucede en todos
los países que siguen estando sometidos al régimen capitalista. Esta
situación no podrá ser cambiada nunca por una reforma de la ordenación
burguesa, por una presunta «lucha contra el estado de miseria
posbélico». Los afanes y las penalidades solamente podrán
desaparecer con la desaparición de este sistema, con la lucha
revolucionaria de los hombres y mujeres explotados y desheredados de
todos los países, con la acción revolucionaria del proletariado mundial.
Sólo y únicamente la revolución mundial podrá resolver, como un
tribunal mundial de la historia, las consecuencias de la guerra en cada
país en concreto, desde la miseria hasta la decadencia moral
y espiritual, hasta los sangrientos sufrimientos de las masas, y
determinar la definitiva caída del capitalismo.
*Título original, artículo tomado de la obra: Zetkin, Clara. “La cuestión femenina y el reformismo”. Anagrama, Barcelona 1976.